Benito y María estaban
predestinados a conocerse. Era algo que no se podía evitar, algo que iba a
suceder y es que los dos encajan tan bien, y tan mal. Van juntos como dos
piezas de un extravagante rompecabezas, pero nada en esa compatibilidad asegura
que la coexistencia entre ambos sea sana, siquiera segura. Benito y María se
encontraron para encontrarse a sí mismos. Se encontraron para descubrir la peor
de las fatalidades, pero también para despertar de un largo sueño.
Cuando se conocieron
hubo una química tremenda ipso facto. Casi tan surrealista como una escena
estúpida de alguna comedia romántica adolescente. Tan absurda, tan cursi. Y
todas esas pequeñas casualidades dieron paso a lo que sería el cambio más
radical en sus vidas. Quizás ambos eran muy jóvenes para darse cuenta, quizás
todo estaba fríamente calculado.
Benito y María no
embonan de una manera constructiva. Benito y María estaban juntos por
casualidades y características compartidas de una índole dañina, devastadora.
Ambos se dieron cuenta prematuramente, y prometieron alejarse muchas veces. Se
dijeron muchas veces adiós, pero siempre volvían a encontrarse, ambos volvían a
sucumbir en la derrota del recuerdo, la
tentación post-duelo. Una llamada, un mensaje. Una visita a media noche
bastaba. Ambos se rehusaban a aceptar una derrota, y es que ambos se
necesitaban tanto, pero esa necesidad era necia y paradójicamente innecesaria.
Nunca podían
separarse, a pesar de tanto desastre. Era como si algo fuera de este mundo los
hiciera retroceder cada vez que se alejaban, como si sus almas estuvieran
conectadas a través de una red dolorosa de imanes, almas que tenían una fuerza de atracción increíble, almas que embonaban
perfectamente porque ambas estaban dañadas.
Daños que encontraban alivio en la casualidad, las cicatrices de María
encajaban perfecto con las de Benito, y viceversa.
Pareciera que una
fuerza sobrenatural se encargara de unirlos cada vez que lo único que deseaban
era huir de ellos mismos. Llámale “amor”, llámale “preocupante patología”. El
caso es que Benito ya no podía abandonar a María de otra forma que no fuera
desmoronándose, las manos de María ya no
podían trazar otras curvas que no sean las de la boca de Benito, ambos estaban
condenados.
Benito creció pensando
que era merecedor de todo lo que se le antojara en el mundo, que no debía
disculparse por nada y que no había porque tener piedad para obtener lo que
quisiera. En cambio a María le inculcaron la idea del amor sacrificado, ese que
da hasta quedarse sin nada, a disculparse por todo, hasta por sentir.
Benito y María
crecieron juntos y poco a poco, a medida que aprendían el uno del el otro, se
convirtieron en adultos insatisfechos, aunque habían creado algo muy parecido
al amor, pero más bien era dependencia, una extraña y adictiva dependencia.
Hacían cosas como enamorados, texteaban cosas cursis, se tomaban de las manos. Se dijeron un “te
amo” y se besaban los labios, la cara, las manos. Se visitaban, y encontraban
refugio en los abrazos. Se acostumbraron tanto al otro, aun y con todos esos
demonios que cargaban en el alma. Soñaban despiertos y se decían cerquita al oído cuanto se amaban, hasta que se dieron
cuenta de que en realidad se necesitaban mucho más de lo que se amaban, él era
un pozo sin fondo y ella era algo que nunca era suficiente.
María le entrego todo
a Benito, fue simplemente demasiado. Se
entregó de manera abrumadora, se
lanzó al vacío sin dudarlo, y una noche llena de resentimiento se dio cuenta
que no había nadie para recibirla abajo, sólo un duro impacto contra el piso. Y así fue como terminó en la cama, en la sala,
en el cine, en el parque, y en todas partes
con lo que muchas veces llamó “un cerdo ocioso y egocéntrico que escupe en
las manos de aquellos que le dan de comer”.
Benito era un hombre
serio, con una inteligencia admirable y perfectos modales, pero fue en un frío diciembre del 99 cuando no recibió exactamente el regalo que le había pedido a Santa, y fue ahí donde su completa existencia se derrumbo entre la certeza de
que todo lo que creía era una mentira y que las demás personas eran demasiado
injustas por no proveerle lo que necesitaba, porque además de necesitarlo lo
merecía.
María era una mujer
encantadora, de un gran corazón, palabras precisas y carismáticas, pero fue durante una tormentosa madrugada de Abril cuando su manera de ver el mundo cambió. Cuando vio que su
mamá recibió a su papá después de haberla engañado con otra mujer. "Las relaciones, María, implican sacrificios porque el amor
perdona y yo sin tu papá no era nada". Ahí fue cuando la enseñaron a
necesitar.
Benito y María sabían que el "amor" entre los dos, si así se le podía llamar, se había debilitado. pero sólo María sabía tenerle paciencia al necio de Benito, y sólo Benito hacía sentir en casa a María. Con el paso del tiempo ambos descubrieron que las cosas no se podían sostener a base de clichés y promesas rotas. No bastaba con desear algo muchas veces para que se volviera realidad, aprendieron también que a veces las cosas están ya tan rotas que no se pueden arreglar.
Una noche María despertó de lo que había sido un largo sueño. El sueño más prolongado de sus vidas. Y así lo fue. Benito despertó con canas y problemas en la cadera. María despertó con un montón de arrugas y manchas en la piel. Benito ya no tenía fuerzas para retener a María, y María no tenía fuerzas para seguir pretendiendo que amaba a Benito.
Intentaron huir el uno del otro una ultima vez, y comprobaron que la fuerza sobrenatural que los mantenía juntos estaba débil y podía ser fácilmente derrotada. Pero era muy tarde, aunque en los cuentos nunca es tarde para el amor, aquí sí que era tarde. Ambos desperdiciaron tanto tiempo intentando
complacerse y fallando en el intento que no reconocerían la felicidad aunque
les golpeara la cara. Y lo más triste es que era demasiado tarde para el amor, el amor propio.
¿Qué decir cuando nada
es suficiente? ¿Qué decir cuando los demonios que ocultamos, se reproducen
en diapositiva delante nuestro? ¿Qué decir cuando es mejor no decir nada?. Un puente se sostiene por dos lados y el puente de Benito y María se derrumbó por cuestiones de gravedad.
A Benito y a María siempre les enseñaron a necesitar, como a todos nosotros. Está bien necesitar, podríamos necesitar muchas cosas, pero hay que ser cuidadosos si comenzamos a necesitar de esta manera a una persona.
Después de tanto tiempo puedo contarte que aquí sigue María, inmersa en una realidad que aun no logra entender del todo, tan reflexiva, tan paciente, como si un día después de tanto, una respuesta le llegara del cielo. Y allá está Benito, extranjero, con esa expresión de no pertenecer a ningún lugar. tan volátil como si lo estuviera imaginando con lo último que me queda de cordura.
Me encantó. Más relatos como este, por favor.
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